Los hábitos son la columna vertebral para alcanzar el éxito. Cada minuto que pasamos y cada decisión que tomamos, nos acerca o nos aleja de nuestros objetivos. Muchas personas creen que necesitan motivación o fuerza de voluntad, pero esos son músculos pequeños que se agotan muy rápido. Para hacer lo que tenemos que hacer, debemos crear hábitos. Los hábitos ponen nuestra mente en piloto automático. De modo que, los comportamientos y las acciones que realizamos, no las pensamos.
Hace poco el Dr. BJ Fogg, fundador del Behavior Design Lab de la Universidad de Stanford, habló de las emociones y los hábitos. Dedicó una cantidad increíble de tiempo a investigar el comportamiento humano y la formación de hábitos. Según sus estudios, cuanto más fuerte sea nuestro apego emocional a lo que hacemos, más rápido podemos formar una habilidad o rutina.
Esto quiere decir que debemos generar un vínculo afectivo con el hábito que queremos construir. Podemos lograrlo planeando un sistema de recompensas que despierten nuestras ganas de volver a realizar esa acción una y otra vez, ya que sabemos que luego del esfuerzo recibiremos un “premio”. Como explica en el bestseller de Tiny Habits, “existe una relación directa entre nuestra motivación y lo que recibimos por haber cumplido la tarea programada”.
Cuanto mayor sea la retribución, más probable será que volvamos a hacerlo. Es en este ciclo de recompensas dónde se solidifica la creación de hábitos.
Cuando te centres en generar nuevas rutinas, hacé foco en aquello que te entusiasma. Si estás cautivado con el reto y, disfrutás realizando la tarea, lo más probable es que continúes con ella hasta que consigas llevarla a cabo de manera cotidiana.
El problema es que son contadas las veces que las personas podemos controlar nuestra motivación. Sin embargo, está en nuestras manos hacer pequeñas acciones para mantener el interés y el entusiasmo a diario.
Uno de los trucos que recomienda Fogg es celebrar las pequeñas victorias. Para ello, hay que dividir un gran objetivo en pedacitos más chiquitos, los cuales llamaremos “metas”. Entonces, con el fin de experimentar una recompensa emocional, vamos a celebrar el cumplimiento de esas metas intermedias, en lugar de esperar a alcanzar al GRAN OBJETIVO para festejarlo.
Lo hacemos así porque resulta complicado conseguir un hábito de una sola vez. Por ejemplo, intentar crear el compromiso de hacer ejercicio todas las mañanas antes de llegar al trabajo va a ser muy complicado si:
Al reconocer tus desafíos y desglosarlos, vas a definir los pasos y acciones previas que debés cumplir para llegar a tu objetivo final. En el caso del ejemplo, el hábito de despertarse más temprano puede ser la piedra angular que te acerque a tu propósito. Cada mañana que te levantes se convertirá en una oportunidad. Crear y alimentar el ciclo de motivación-recompensa podría ayudarte a establecer tu hábito para siempre.
Así es como los premios desempeñan un papel crucial en la mente de las personas para mantener el interés. Ya sea regalándote un chocolate, haciendo un pequeño baile o dándote una palmadita en la espalda.
Es importante que lo apliques, ya que cualquier persona (por muy comprometida que esté) tiene un tiempo límite por el que está dispuesto a pasar sin una recompensa antes de tirar la toalla. Tanto si se trata de la emoción de terminar por fin una carrera como de un fuerte sentimiento de satisfacción por haber progresado en nuestro negocio. Tenemos que reconocer todos nuestros logros, incluso los graduales.
El obstáculo más importante para lograr aquello que queremos está en nuestra mente. Tendemos a considerarnos “fracasados” si aún no hemos alcanzado nuestros objetivos más grandes. A veces, la propia desconfianza crea un ciclo de malos pensamientos que nos llevan a suponer que no podemos. Recordá que creer que podés es encontrarte a medio camino.
Para ser clara, a las personas nos encantan los objetivos GRANDES. De hecho, para alcanzar todo nuestro potencial, debemos que estar dispuestos a pensar a lo grande. Pero, aunque es importante tener en vista nuestros propósitos a largo plazo, no hay que permitir que sean la medida de nuestro éxito.
Cuando reducimos nuestro éxito a ese gran objetivo que se siente tan lejano, dejamos de apreciar las conquistas intermedias que vamos teniendo. Como lo hablamos más arriba, es crucial detenerse a celebrar y valorar los avances.
Pensá en el ejemplo anterior de levantarse cada mañana y hacer ejercicio antes del trabajo. Si dividiste ese objetivo en dos partes, ¿sos un fracasado si conseguiste crear el hábito de levantarte temprano? No. Significa que estás teniendo éxito en tu camino hacia tu objetivo, solo que a veces se dificulta verlo.
Como dice Steve Jobs:
“No puedes conectar los puntos mirando hacia adelante; solo puedes hacerlo mirando hacia atrás. Así que tienes que confiar en que los puntos se conectarán de alguna forma en el futuro”.
En promedio, se tarda 66 días en crear un hábito. Si en algún momento te propusiste hacer el reto de los 66 días en el que te comprometés a realizar una actividad rutinaria durante dos meses para formar un nuevo hábito productivo, sabés que no es fácil. Dependiendo de lo arraigadas que estén
nuestras viejas costumbres, completar con éxito la tarea de cada día puede considerarse como tu propia victoria. Así que, ¡tratalo como tal!
Y vos, ¿estás dispuesto al reto? ¿Cómo te recompensas después de una pequeña victoria?
*Artículo inspirado en el blog The One Thing
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